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SILBIDOS EN LA HUELLA
I
Por Madariaga
Silvano le cerró los talones al oscuro y sintió que el corazón
le repiqueteaba. Había entrado a un pastizal quemado por las
heladas que le hizo recordar sus días de peoncito en esa estan-
cia, cuando boyereaba de enero a enero, con la cabeza reven-
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tándole por el sol a plomo del verano o los dedos doliéndoles
de frío en las mañanas de escarcha; sin más paga que algunas
monedas al terminar la semana, las que invariablemente iban
a parar al delantal de su madre, acompañadas siempre con el
mismo discurso: "Tenga, mama, p'ayudar un poco en las ca-
sas"; aunque ella siempre terminaba convenciéndolo de que
las guardara en la lata de los ahorros: "Así vas juntando para
comprarte tus cositas".
Su despertar a la vida en esas soledades, el trabajo tem-
prano, los lápices y cuadernos que compraban sus chirolas
ahorradas con la secreta esperanza de que la ignorancia no lo
condenara a una áspera vida de peón de estancia, como lo ha-
bía hecho con su padre... Memorias de un tiempo ido que
ahora parecía volver enancado en el viento para recordarle
quién era y de dónde venía.
A cada tranco que daba su hermano gaucho, como le gusta
decir de su caballo, su mente tropezaba con un mogotal de
recuerdos y el corazón volvía a pegarle la espantada. Se veía
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